Churco, un poco mayor que ellos, llegó a sus vidas cuando apenas tenían 3, 5 y 6 años, al verlo llegar, Nico; apenado recuerda que ese día, sintió tanto miedo que rápidamente se ocultó bajo la cama.
Días atrás, mientras caminaba a su escuela junto a algunos compañeros, escucho hablar de los “Paracos” un término nuevo en su poco pero adsorbente léxico, pensó que se trataba de algún animal, un ave para ser más específico. Sin embargo su rutina continuó, sus estudios y el juego ocupaban la mayor parte del tiempo de este niño y sus hermanas.
Día tras día, la palabra desconocida empezaba a ocupar una imagen acústica. Hombres en camionetas pasaban a altas velocidades por una carretera destapada, caminos que antes fueron usados para el transporte de alimentos que se cultivan en la región y facilitar la llegada de los habitantes al pueblo los domingos, ahora; se convertía en rutas de miedo, soledad y angustia.
Balbuceos y pasos despertaron a Nico, “Cobra” ¡muévase, ubique la gente! Sin ponerse los zapatos para no hacer ruido, asustado y tembloroso se levantó de la cama para llegar a la habitación de su mamá, cuando un disparo lo dejo atónito, el llanto terminó de alertar a su hermana que dormía placenteramente. Todos los habitantes de la casa, una mujer de 24 años y sus tres hijos, se arrodillaron lejos de las puertas y las ventanas, inquieta al ver sus hijos llorar, mientras le pedían que no dejara que los mataran, perdió la tranquilidad y abrazándolos con fuerza los 4 lloraron.